Londres dice que le habría encantado conocerte. No le culpo, no ha tenido la suerte de ver tu cara de concentración mientras juegas, ni de oír tus carcajadas cada vez que te ríes de mí. No ha tenido la suerte de ver cómo me coges de la mano y me das los buenos días aunque sean las doce de la noche. Entiendo que esté triste, porque quién no lo estaría si le negaran la oportunidad de ver un espectáculo tan dulce como el que ofrece tu presencia.
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Aprieta el gatillo.