Desearía que su brazo, por encima de mi hombro, fuera la sábana que cada noche me salvara del frío, y que la brisa que sus labios respiran fuera el aire que rodea cada gesto de mi cara. ¿Quién no querría dormir recorriendo su espalda?, mirando cómo tiemblan sus pestañas, cómo late su cuello, que con la punta de la nariz consigo acariciar...
Y sentir su calma. Los bombeos en sus arterias, que marcan el ritmo de una vida digna de amar. Y es que entre sus lunares está el lugar al que pertenezco. El único al que, mi cuerpo y yo, queremos entregarnos.
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